El hecho fue prácticamente ignorado por la prensa nacional, aun
cuando para cualquier medio periodístico entraría en la categoría de una
atractiva nota de color.
El 30 de diciembre del año pasado, sin ninguna difusión por parte de los
organismos oficiales involucrados, el ministro de Ambiente y Desarrollo
Sustentable de la Nación, Sergio Bergman, restituyó a la Comunidad
Mapuche Curruhuinca, en San Martín de los Andes, el bastón de mando que
en 1938 el entonces coronel Juan Domingo Perón le había donado y que
estuvo desaparecido durante 57 años.
El hecho fue prácticamente ignorado por la prensa nacional, aun cuando
para cualquier medio periodístico entraría en la categoría de una
atractiva nota de color. El 30 de diciembre del año pasado, sin ninguna
difusión por parte de los organismos oficiales involucrados, el ministro
de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, Sergio Bergman,
restituyó a la Comunidad Mapuche Curruhuinca, en San Martín de los
Andes, el bastón de mando que en 1938 el entonces coronel Juan Domingo
Perón le había donado y que estuvo desaparecido durante 57 años.
El manto de silencio con que los medios hegemónicos ocultaron el acto
no fue inocente, pero no se trata de peronismo, sino de algo mucho más
profundo y estructural. La recuperación de ese sencillo bastón de
aproximadamente un metro, con ornamentos de plata, marca un hito en el
largo proceso de lucha de la comunidad mapuche por el reconocimiento de
sus derechos civiles y territoriales cuando la restauración neoliberal
en la Argentina pretende avanzar también sobre ellos. “No es que la
comunidad vaya a recuperar su estima porque consiguió la restitución del
bastón, eso lo va logrando con sus luchas, con mucho esfuerzo,
enfrentando a una fuerte discriminación. En todo caso, lo del bastón que
tiene una profunda significación espiritual y simbólica que ayuda a
hacer visible nuestra lucha”, dice a Revista Zoom el Longko Ariel
Epulef, máximo dirigente de la Comunidad Curruhuinca.
A fines de la década del 30, Juan Domingo Perón, por entonces
coronel, le entregó su bastón al Longko Pedro Curruhuinca como
reconocimiento de los derechos ancestrales del pueblo mapuche y, más que
nada en realidad, de las buenas relaciones entre el Ejército y los
pueblos originarios de esa región del Neuquén. Longko en mapuche no
significa jefe sino cabeza, una cabeza cuyo cuerpo es toda la comunidad.
Allí permaneció hasta 1960, cuando el Longko Amadeo Curruhuinca se lo
prestó temporalmente a la Dirección de Parques Nacionales para
integrarlo a una exposición que se realizó en el Parque Nacional Lanín.
Pero, terminada la muestra, las autoridades del parque no lo devolvieron
a la comunidad mapuche sino que lo enviaron a Buenos Aires junto con
alrededor de 200 piezas arqueológicas que habían sido expuestas en el
Museo Municipal. Allí lo guardaron en una caja fuerte, presumiblemente
para preservarlo, sin reparar en quiénes eran los verdaderos
depositarios y, tal vez, olvidándolo.
Años más tarde, por razones que no se han podido reconstruir, un
funcionario de Parques Nacionales lo envió a Laguna Blanca, donde fue
incluido en la exposición del museo nómade.
Su siguiente parada fue el
Museo de la Patagonia, donde fue exhibido durante un tiempo, asociado a
un poncho mapuche de la misma época. Cuando salió de allí, se lo volvió a
perder de vista y durante décadas no se volvieron a tener noticias de
él.
Fue Lidia Mora, empleada de Parques Nacionales desde hace más de dos
décadas, quien volvió a emprender la búsqueda del bastón, ya considerado
como una reliquia perdida. Su interés por él nació de un comentario de
su madre, quien le contó que su padre (el abuelo de Lidia), antiguo
sereno de la dirección de Parques, le había hablado en 1946, cuando
Perón ganó las elecciones para su primera presidencia, del bastón que el
general presidente había donado a la Comunidad Curruhuinca.
Finalmente, después de más de cuatro años de investigaciones lo ubicó
en un depósito del Parque Nacional Laguna Blanca.
“Hablé con muchas
personas, con pobladores, viejos empleados del organismo, autoridades,
en fin, con todo aquel que pudiera darme algún dato que permitiera
ubicarlo -explicó-. Mi hipótesis era que si el bastón había desaparecido
estando en manos de Parques Nacionales debía seguir estando allí, en
alguna parte. Y después de cuatro años logré encontrarlo en un depósito
de Laguna Blanca. Estaba ahí sin que nadie supiera qué era”.
El redescubrimiento del bastón del coronel Perón reactivó de
inmediato el antiguo reclamo de la Comunidad Curruhuinca para que
Parques Nacionales lo devolviera a sus verdaderos depositarios, los
mapuches de San Martín de los Andes.
Perón no solo hablaba la lengua mapuche sino que escribió una
Toponimia Patagónica de Etimología Araucana, publicada en 1936. El
secretario Legal y Técnico de su última presidencia, Julio C. González,
se refirió a esa obra en su libro Desde la Patagonia hacia
Hispanoamérica.
Según González, en 1944, Perón recibió al cacique Cayuqueo en la
Secretaría de Trabajo y Previsión y ambos hablaron en la lengua mapuche.
Perón quiso saber quién era el hombre que llegó con el visitante.
El director de Migraciones –respondió Cayuqueo.
Así supo que, desde Roca, los aborígenes no podían ingresar a la
Capital Federal sin permiso de la Dirección de Migraciones, dice
González. Perón redactó un decreto derogando esa restricción y se lo
envió al presidente Edelmiro J. Farrel, de modo que “los ciudadanos
autóctonos (‘indios’) tuvieran libre acceso a la Capital Federal y a
todos los lugares del país”.
Otro funcionario de Perón, el ex secretario de asuntos culturales de
la Cancillería, Enrique “El Gordo” Oliva, quien con el seudónimo de
François Lepot fue corresponsal de Clarín, contó el 30 de julio de 2000 a
La Nación que durante su exilio en Caracas Perón dijo en presencia
de Juan Carlos Cornejo Linares, Manolo Buseta y John William Cooke:
“Me siento muy honrado por llevar sangre mapuche, descendiendo por
vía materna de quienes poblaron la Argentina desde siglos antes de
llegar los colonizadores”.
El caso del padre de Perón es la típica relación del hijo de la
estancia de Lobos con la hija de la cocinera. La cocinera de Lobos,
madre de la madre de Perón, era la mujer de uno de los guerreros
mapuches.
Cuando se hace la conquista del desierto, los sobrevivientes son
entregados como sirvientas y peones. El abuelo de Perón era un guerrero
mapuche. En esa típica relación, es la bisabuela la que se ocupa de
Perón y lo hace entrar en el Colegio Militar.
Pensemos en la situación… Un chico, hijo de un guerrero mapuche en el
ejército de Roca. Perón siempre tuvo muy oculto todo esto porque,
verdaderamente, era un elemento de discriminación.